La desnudez de los cuerpos
fijó en sus márgenes
lo abstracto.
La perfecta imperfección,
quebró las directrices
del destino.
Melodía y armonía, fueron
parámetros del alma
del creador.
Arcos alumbrando flores
senza tempo, eternas
e infinitas.
La música se hizo carne
ansiando ser comida,
deglutida.
Y taladrando las almas,
y empapando la vida,
vibró el orbe.
María Jimenez
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